Una crítica de Marcelo Espiñeira.
Un carancho es un ave rapaz de mediano tamaño bastante habitual en la llanura pampeana. Es muy corriente que la gente lo relacione con todo aquel que viva de la carroña. Y un abogado en horas bajas que busca clientes entre las víctimas moribundas de los accidentes de tráfico, también es un carancho.
El bisturí cinematográfico de Pablo Trapero (1971, San Justo, Bs As) se hunde esta vez sobre el pellejo de uno de estos carroñeros judiciales. El último eslabón de un oscuro engranaje delictivo y mafioso, en el que participan choferes de ambulancias, policias corruptos y bufetes de abogados entregados a las malas artes.
Si algo distingue a Trapero es su implacable destreza para reproducir en la gran pantalla, esa densa atmósfera que se respira en los barrios menos afortunados de los alrededores de la ciudad de Buenos Aires. Lo que es lo mismo que referirse a la dura realidad que golpea día a día a casi diez millones de personas.
Esta vez, el escenario central es un hospital situado en el populoso barrio de San Martín. El “Policlínico”, que fuera una institución modélica en sus años buenos, fue construído durante la primera presidencia de Perón, mientras Europa se desangraba en la terrible segunda guerra mundial. Lo curioso y terriblemente triste es que este mismo hospicio se encuentre 65 años después en un penoso estado de conservación y absolutamente saturado en sus servicios.
Parte de estos servicios hospitalarios recaen en la inexperta doctora Luján Olivera, interpretada con maestría por la ascendente actriz Martina Gusmán (también dirigida por Trapero en “Leonera” y “Nacido y criado”). La doctora Olivera es una frágil mujer dando sus primeros pasos profesionales en un infierno de interminables horas de guardia y una demanda de trabajo desbordante. Ella hace lo humanamente a su alcance, aunque cometa muchos errores, y sólo consiga un poco de calma inyectándose a si misma unos anestésicos endovenosos.
Dar vida al “carancho” es responsabilidad del gran Ricardo Darín. Esta celebridad del cine de habla castellana, consigue un nuevo registro conmovedor interpretando a Sosa. Un derrotado del destino, un errante absorbido por las circunstancias negativas, y que ya ni sabe hacia donde se dirige. Por supuesto, que entre tanta tiniebla aparecerá la luz. Intensa y suficiente como para revivirlo, tan potente como los sentimientos que le despertará la anestesiada doctora Olivera.
Hábilmente, Trapero plantea el amor de esta pareja para descomprimir un paisaje que nos abruma. Sus planos son siempre los de un personaje más en la escena, como si la cámara fuera de carne y hueso. Y los diálogos respetan el registro del lugar. Cortos, filosos, muchas veces irónicos y casi siempre con segundas intenciones. El lenguaje del lumpenaje que todo lo ha ganado. Un territorio del delito que ya no se distingue de lo cotidiano, esa corrupción que campea en cada pequeño acto.
Como una cruda radiografía de un enfermo terminal, las escenas de “Carancho” nos ofrecen un retrato despojado de sentimentalismos, todo se encamina hacia un final inevitable, aquí no está permitida la esperanza. Solo algun pequeño oasis de amor desesperado.
El cine de Trapero es un caso excepcional. Su fuerza, aún en su sexto largo, es la de un debutante que irrumpe sin medir las consecuencias, que embiste con ganas y que consigue sacudirnos. Y aunque siempre señalemos su realismo como condición pregnante en su arte, no debemos olvidar lo alejado que está del tono documental. Lo suyo es ficción, pero como toda reproducción que sea magnífica, nos acaba confundiendo con lo real.
Mejor deberíamos considerar el hecho de que este director se documenta como pocos, que lo obsesiona enmarcar un mundo al que ha pertenecido y pertenece. Un lugar tan sonado y tan poco explorado por sus contemporáneos cineastas. Al menos desde una posición tan comprometida como la de él.
Es difícil imaginar que a los poderes fácticos les interese subvencionar un cine como éste. Al menos en una sociedad donde ya nadie consigue entender de que lado están los unos y los otros. Una Buenos Aires barriobajera y paradigma de la desolación. Megaurbe enigmática que devora a sus integrantes, bajo el imperio siniestro de un sistema que sobrevuela los campos en busca de más carroña. Esa carne podrida que huele y de la que todos se alimentan. Sin remedio alguno, anestesiados, y probablemente con un final inevitable.
Filmografía básica de Pablo Trapero
1999 : Mungo grúa
2002 : El bonaerense
2004 : Familia rodante
2006 : Nacido y criado
2008 : Leonera
2010 : Carancho
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