Crítica de Marcelo Espiñeira.
Durante las últimas décadas la lucha armada contra el narcotráfico en Brasil se convirtió en un tema de debate constante. Los diversos métodos utilizados nunca lograron un éxito razonable y el clima de violencia se incrementó en ciudades como Rio.
El BOPE es un cuerpo policial de élite estrenado a finales de la década del noventa y que aún sobrevive. Tristemente célebre por sembrar el terror en las favelas cariocas, amado u odiado, pero siempre temido.
Rodrigo Pimentel y André Batista fueron miembros del citado grupo, y junto a Luiz Eduardo Soares (otro experto en temas de seguridad estatal), decidieron que sería bueno contar su verdad en un libro.
De aquella reunión, terminó editándose “Tropa de élite” (Los libros del Lince, 2010), una crónica negra no apta para personas impresionables. Un ágil relato, muy generoso en detalles, que rescata
el duro anecdotario del frente de batalla. Donde abundan las noches interminables, las balaceras diarias, y muertes, muchas muertes.
Más allá de este fuerte realismo, el aspecto psicológico de los protagonistas se convierte en un elemento de gran interés para el lector. Las lógicas de razonamiento que lleva a las personas a acribillarse a tiros en una lucha que ha perdido toda justificación posible. Un perverso cruce de intereses personales, un entretejido complejo de alianzas, conveniencias pasajeras y una única certeza...nadie triunfará, nadie conseguirá mucho más que saciar la urgencia.
Los protagonistas devenidos relatores admiten sin prejuicio alguno todas sus certezas. Evidencian su crueldad, necesitan justificarse, pero también son capaces de exhibir sin pudor alguno sus debilidades y hasta sus miedos más íntimos.
El relato alterna historias de mayor y menor interés. Pero todas confluyen hacia conclusiones que muchos intuímos. La vida de una persona cotiza a la baja, y en este tipo de negocios, peor todavía.
Soldados del BOPE brasileño. |
No existen leyes, la policía actúa codo a codo con los delincuentes. Los delincuentes trabajan para los políticos. Los políticos convidan sus ganancias a los ricos de toda la vida. Y mientras, están las apariencias, las que de alguna manera se deben sostener para que todo esto no sea insoportablemente peor.
En un tono directo y poco conciliador los autores se refieren al aceptado uso de la tortura en estos términos: “El gobernador duerme como un lirón: el secretario descansa en una cama espléndida; el comandante reposa como un cristiano; y el número, allí, en el otro extremo de la cuerda, se empapa las manos de sangre. En caso de acabar todo como la puta mierda, la cadena se rompe por el eslabón más débil: así de claro. Quien paga el plato es el número. Quien va a juicio es el número. Quien frecuenta las listas negras de las entidades internacionales de derechos humanos es ese número. El gobernador se muestra ambiguo para poder descansar en paz; el secretario es sutil para poder preservar su conciencia; el comandante cultiva eufemismos y opta por un vocabulario retorcido y enrevesado para poder proteger su honor y su empleo. El castigo es para el número en funciones, que obedece hasta joderse bien jodido por deber de oficio. Es curioso: la ambigüedad sólo puede ser cultivada en los solemnes ambientes del Palacio de Gobierno, donde la impostura y la violencia están edulcoradas por la elegante coreografía de la política”.
Asistimos en nuestros días a un incremento sin remedio de la violencia en México. Este relato se sitúa en Brasil, pero bien podría estarlo en Colombia, en Venezuela o en Argentina. El narcotráfico, la corrupción política y la mafia policial beben de la misma fuente, la sangre de sus pueblos.
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