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ALBERT NOBBS, travestirse para sobrevivir.


Una crítica de Lilian Rosales de Canals.


El film dirigido y protagonizado por la actriz norteamericana Glenn Close (Greenwich, 1947) es un drama ingenioso, pero también es una comedia y una historia de amor de impredecible final.


Ungido con los matices dickensianos, el relato se concibe en la porosa frontera entre la ruindad y la bondad humana, mostrando estampas de existencias hiperreales que a ratos desbordan en personajes divididos entre los extremos: risa y desencanto, indignación y culpa, codicia y conformismo. 



Albert Nobbs cuenta la historia de una mujer travestida en la Irlanda del s. XIX. Es un híbrido hierático de identidad indescriptible que deambula como hipnótico por pasillos y calles, y a cada tanto baja su mirada haciendo honor a las costumbres de respeto propias de la servidumbre de la época victoriana. Es un camarero del Hotel Morrison de Dublín cuya estampa chaplinesca le imprime un cierto halo jocoso al verdadero drama interior. 




El hotel regentado por la codiciosa y esperpéntica Sra. Baker (Pauline Collins) recibe un público variopinto, disoluto y hasta tiránico: el Dr. Holloran (Brendan Gleeson) un sátiro borracho, el Vizconde Yarrell, un noble libertino (Jonathan Rhys Meyers) y demás cocineros, lavanderas, gente de a pié. Helen, la mucama de la limpieza (Mia Wasikowska) entra en un romance tempestuoso con resultados previsiblemente desastrosos con Joe (Aaron Johnson). Mientras sus vidas transcurren entre las paredes del hotel, Albert deambula manso y taciturno hasta la llegada de Hubert (Janet Mc Teer), quien guarda un similar secreto y le estimula a forjar planes a futuro que darán razón a toda la trama. 



La  idea de un fortuito encuentro entre dos transgenéricos en un hotel de Dublín de la época nos resulta un tanto increíble y más aún, el que ninguno diera cuentas de ello. Parece también un anacronismo el personaje de Mc Teer, una "lesbiana muy contemporánea" en plena era victoriana, pero se perdona ya que el personaje arrastra una simpatía y pureza sin par. Nos sentiremos afortunados de que tamaña fantasía dé pie a su entrada en escena y sirva de excusa al personaje de Albert para desarrollar su papel.


Glenn Close y Janet Mc Teer.



Retratos creíbles, laboriosamente diseñados desde la perspectiva interpretativa dan lugar a seres que habitan en sus madrigueras identitarias, gays solapados, mujeres trasmutadas en hombres por necesidad o sentimiento, alcohólicos encubiertos, amantes escondidos y demás hipócritas.

El rendimiento de McTeer es a más, fantástico y deja la impresión de disfrutar genuinamente, más allá de la interpretación, de actuar como un hombre señalando el objeto de la discriminación.

"Disfrazado de nosotros mismos"
Podría decirse que con un agudo ojo se desvelan las interrelaciones de la clase asalariada de la época, de forma convincente y humana. Los personajes huyen de sus realidades mientras que el tono trágico y las miserias personales cazan paradójicamente con la comedia. A propósito dice el actor Brendan Gleeson: "Se puede conseguir un buen puñado de risas de algo que se supone que es muy triste y trágico".


Por su parte el personaje de Nobbs resulta como hombre demasiado patético y como mujer asexuado. Tal vez porque más que una alegoría a la identidad sexual, es la personificación de un miedo, el de ser descubierto en una sociedad donde la mujeres pobres eran relegadas. 

Su  ingenuidad conquista, su soledad apena y la interpretación fantástica que desarrolla Glenn Close es capaz de transmitir el grado de enajenación emocional del personaje. Una anomia, un desarraigo, en aquella inmensa contención donde solo el brillo de la mirada y los sutiles gestos gritan sus emociones. 

Si bien la película muestra un catálogo sintético de personajes atrapados tras máscaras y falsas identidades patente en la frase del Dr Holloran “(estamos) disfrazados de nosotros mismos". Aquí Nobbs es el único "explícitamente perdido" en busca de su propia identidad. ¿Cómo ser uno mismo tras la presión externa? Es un contrasentido bastante común aún hoy.

Jonathan Rhys Meyers y Mia  Wasikowska.  
Conserva la ecuación poética
Albert Nobbs comenzó como un relato corto en 1927 ("Celibate Lives London: The Singular Life of Albert Nobbs") escrito por el irlandés George Moore. Más tarde, fue adaptado al teatro por Simone Benmussa (1982) y protagonizado por la propia Close, quien se vio desde aquel entonces seducida por la idea de llevarlo al celuloide. "Creo que Albert es realmente un gran personaje y el argumento, a pesar de su gran sencillez, tiene un extraño poder emocional", asegura Close

Su ecuación poética presente en los soportes anteriores se deja colar en la pantalla plana. Aunque tal vez la metáfora de la literatura sufre un cambio a favor del realismo que se antoja necesario.

La actriz coescribió, coprodujo la película y personalmente designó al colombiano Rodrigo García, hijo del Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez, la tarea de dirigirla.

Glenn Close, Rodrigo García y Janet Mc Teer.

El realizador probablemente traicione la sutileza de la película cuando en una disolvencia hace aparecer la imagen del estanco en la imaginación de Nobbs.
Por otra parte pone énfasis en la óptica femenina, como ha sido habitual en sus anteriores producciones, con acaso una cierta estigmatización de la figura masculina, para presentar el lesbianismo como una distorsión producto de experiencias traumáticas, en lugar de una condición natural. Pero no constituye más que un elemento referencial del drama central.

Los soliloquios del personaje principal y las ensoñaciones acerca de su futuro parecen un tanto divorciados del tratamiento "estético-realista" de la historia en general y una manera poco adecuada de presentar los monólogos interiores. Sin embargo resulta un mal menor que no desluce  la trama general ceñida con bastante precisión a una creíble estampa de aquel período marcado por la "gran hambruna" y los síntomas previos a la diáspora hacia los EEUU.

Muy a pesar de estos bemoles es una pieza cinematográfica de excelente factura técnica e interpretativa. La fotografía del escocés Michael McDonough no tiene desperdicio. Vestuario y maquillaje, locaciones y utilería son supremos. La dirección de Rodrigo García es de un preciosismo prerafaelita mientras  que  Glenn Close desborda de contención expresiva. 



Nos quedaremos con la mirada diáfana de una Close flemática que en su silencio dice mil palabras. Es una película intimista que deja a cargo del peso actoral toda la fuerza del guión dramático. Es tan así que la música entra tan solo en escenas claves. En su lugar, enormes estadios de silencio pueblan el film de arriba abajo para dejar que el interior del personaje entre en sintonía con el espectador.

Podemos a todas luces afirmar que el éxito de la película estriba en que nos hace disfrutar de excepcionales actuaciones y reflexionar sobre el sufrimiento universal que significa la desigualdad sexual, las complejas historias que se esconden tras cada personaje que impresionan, sencillos y convincentes. No se trata de una apología a una determinada sexualidad. Es más una historia de cómo los seres humanos se ven encarcelados en su libertad o su propio cuerpo debido a la hostilidad de la sociedad.

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